Bendiciones En Cristo


MI TAREA COMO PASTOR ES: DIRIGIR CON EL EJEMPLO, AMAR SIN MIEDO AL SACRIFICIO Y SERVIR DESINTERESADAMENTE...
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viernes, 23 de julio de 2010

CAÍN, EL AMADO DE DIOS


Al pobre Caín le ha tocado una prensa fatal. Es como esos dirigentes políticos que ya no importa lo que digan, porque los reporteros tienen decidido reducirles al ridículo.
¿Conoces a alguien con el nombre «Caín»? Yo conozco a varios «Abel», pero a ningún «Caín». Pero el Abel de la Biblia resulta mucho menos interesante que Caín. Abel es una de esas personas con las que nos cuesta un poco identificarnos, que siempre todo les ha salido bien, que de niños recibían el cariño especial de los profesores y sus padres les compraban los mejores juguetes, que no tienen ningún complejo ni trauma ni neurosis.
Pero el cuarto capítulo de Génesis no le está dedicado a Abel sino, con justicia, a Caín; al imperfecto y acomplejado Caín que es, crimen de más, mala intención de menos, como tú y como yo.
Un día a Caín se le ocurre una idea. Ya que Dios ha sido tan bueno con él, dándole buenas cosechas, enviando la lluvia a su tiempo y el calor del sol necesario… ¿por qué no darle una ofrenda a Dios? ¡Una ofrenda voluntaria, una expresión de gratitud, un regalo de amor! Esto suponía, está claro, un sacrificio. Con todo el trabajo que le ha costado labrar la tierra y cosechar su fruto, es admirable su disposición espontánea de darle parte de la cosecha a Dios.
Caín tiene entonces el privilegio de aprender algo acerca de la naturaleza de Dios. Descubre que Dios, a los que le expresan devoción, les exige pureza e integridad total. A Dios no se le compra con un regalito. Dios es celoso; te requiere íntegro. Dice en el versículo siete que lo que Dios requiere es que Caín haga el bien. Así. «El bien», punto. «Dejémonos de pequeñas muestritas, Caín —pareciera decir Dios—. Si me quieres agradar, toda tu vida ha de ser para mí; has de ser perfecto en tu bondad. No puedes vivir a tu aire, despreciando a tu prójimo, dedicándote a tu prosperidad personal… y luego suponer que me vas a agradar con un regalito».
Con Abel no pasa lo mismo. Abel ve que su hermano ha tenido la ocurrencia de hacerle un regalo a Dios, y le parece genial. No lo piensa, no lo calcula. Es un hombre sencillo, que ve algo que está bien y lo hace. Dios acepta este gesto de humildad de Abel. El autor no nos dice por qué Dios acepta la ofrenda de uno y no del otro. Es posible que sea éste uno de esos casos en los que Dios exige más, del que tiene mayores posibilidades. Y no me refiero aquí a lo material, sino a la persona misma. Caín es un hombre con futuro, con tremendas posibilidades. Es un hombre con el que Dios habla, un hombre al que Dios se molesta por corregir e instruir. Fundará una ciudad, y de su civilización surgirán grandes artistas, la tecnología metalúrgica; notables progresos para la humanidad (Génesis 4.17,21,22).
Dios habla con Caín. Si, Dios habla con Caín. Dios viene a él en medio de su enfado, de su ira, en medio de sus sentimientos de desilusión e inferioridad ante el rechazo de su ofrenda. Y Dios le hace ver la realidad que ve Dios, más allá del momento actual. Cuando Caín se deja vencer por su amargura ante el fracaso y la humillación, Dios tiene otra perspectiva, otra realidad que ofrecerle. Es la realidad de la santidad: «Haz el bien». Dios le dice: «¿Por qué te enfureces y andas cabizbajo? Cierto, si obrases bien, seguro que andarías con la cabeza alta; pero si no obras bien, el pecado acecha a la puerta» (Génesis 4.6,7 NBE). La frase que sigue en el hebreo original se presta a diversas interpretaciones. Hasta sería posible entender aquí una promesa como: «Pero los deseos de Abel quedarán subordinados a ti, y tú gobernarás sobre él». Fuere esto como fuere, vemos aquí la maravillosa misericordia de Dios. Al que está con el ánimo por el suelo, Dios le expresa el evangelio(es decir, «noticias que dan alegría») de una nueva realidad. La posibilidad de superar el momento difícil mediante las buenas actitudes y buenas obras en relación con el prójimo.
Lo trágico es que Caín elige dejarse llevar por los sentimientos del momento. Como Adán y Eva, prefiere creer la mentira tentadora antes que la palabra de Dios. Prefiere creer que con quitar de en medio a su hermano solucionará su propio complejo de inferioridad.
Pero aún allí, en medio de su pecado, Dios sigue cerca suyo. Dios no le abandona. Caín sigue oyendo la voz de Dios. Dios se compromete a protegerle de las consecuencias de su propio mal. A Dios no le resulta agradable destruir a los hombres, ni siquiera cuando se lo merecen. Y Caín, el primer asesino, (o sea el prototipo de todos los asesinos) queda librado de la pena capital. Dios da a entender así, que la pena capital no soluciona nada. Que la venganza de sangre es añadir otra tragedia a la primera. Dios revela así su propia naturaleza. El tiene especial consideración por los pecadores; no deja de amar a los que se rebelan contra él.
¿Y no ha sido esa nuestra propia experiencia de Dios; la experiencia de los que hemos errado en nuestra propia maldad pero a quienes un día nos alumbró la misericordia de Dios mediante su Hijo Jesús? Hasta el día de hoy yo, Caín también, envidioso y rebelde, asesino por naturaleza si no en la práctica, vivo gracias al perdón divino otorgado a los que siguen a Jesús.
La esperanza de reconciliación está en la hermandad. El relato de Génesis nos dice que Abel y Caín se dedicaban a distintas actividades. Uno era agricultor y el otro pastor. Es posible que esta información haya sido puesta para indicarnos una diferencia de perspectiva personal entre ellos. Sus gustos, su trabajo, aquello que les da satisfacción es distinto. De ahí pueden surgir a veces la incomprensión y el desprecio por el prójimo. Nos cuesta comprender y aceptar profundamente al que es distinto, al que le da importancia a cosas que nosotros consideramos de poco valor. Pero a pesar de las diferencias que puedan surgir entre los hombres, por su cultura, por su nacionalidad, por sus capacidades naturales, por sus valores, el narrador de Génesis les llama hermanos. Sigue habiendo entre ellos, a pesar de las diferencias, una unidad y semejanza tal, que sólo la palabra «hermano» la puede expresar.
Y es ésta la única esperanza en los conflictos. La de reconocer en el que nos resulta incomprensible y antipático, a un hermano.
Hoy también el odio, la desconfianza, la predisposición hacia el homicidio están en todas partes. Nuestro mundo está dividido entre facciones y rivalidades culturales, sociales y económicas. Nos parece perfectamente lógico y normal el odio entre comunistas y capitalistas, entre Primer y Tercer Mundos, entre Occidente y Oriente, entre surafricanos negros y blancos, entre musulmanes, judíos y cristianos en el Levante. La historia de Caín y Abel está escrita para nosotros. Nos dice que somos todos «hermanos». Capitalistas y comunistas, occidentales y orientales, seamos del «mundo» que seamos, hay una realidad fraternal que sobrepasa la desconfianza e incomprensión mutua. En algún momento tiene que cesar la guerra y la rivalidad. En algún momento tenemos que estar dispuestos a dejar de vengar la sangre derramada. Una sola esperanza sostiene al mundo: Que Dios nos haga capaces de ver que nuestra hermandad importa más que nuestras diferencias.
Que hoy, también, permitamos a Dios proteger al «malo» de la venganza de los «buenos».
[Dionisio Byler, 1988, Como un grano de mostaza, capítulo 4, pp. 37-41]